En las sociedades en las que predominan las condiciones modernas de producción (economía de mercado) la vida se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes se vivía en forma directa (personal) se convierte en una representación.
Así, las imágenes que se desprenden de cada aspecto de la vida se fusionan en un curso común, donde la unidad de esta vida ya no puede ser restablecida. La realidad considerada parcialmente se despliega en su propia unidad general, como un pseudo-mundo aparte, objeto de mera contemplación. La especialización de las imágenes del mundo se consuma en el mundo de la imagen hecha autónoma, donde el mentiroso se miente a sí mismo. El espectáculo en general, como inversión concreta de la vida, es el movimiento autónomo de lo no-viviente.
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