Dedicamos todo nuestro esfuerzo… a construir una sombra que a veces es engañosa. Como los magos, movemos tres dedos y producimos la ilusión de un caballo. Y en algún punto la sombra es más importante que nosotros mismos. Componemos unas conductas que aspiramos a que se proyecten como admirables para los demás. Y nosotros mismos nos convertimos en espectadores de nuestra propia vida…
Ahora, ¿cómo advertir la diferencia entre lo que uno verdaderamente siente y piensa, y lo que uno ha construido para esa sombra, para ese él en que ha venido a convertirse el yo?
Tal vez esto mismo que estoy diciendo no es lo que verdaderamente pienso sino lo que me parece elegante pensar.
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