Todo deseo nace de una necesidad, de una privación, de un sufrimiento. Satisfaciéndolo, se calma. Mas por cada deseo satisfecho, ¡cuántos sin satisfacer! Además, el deseo dura largo tiempo, las exigencias son infinitas, el goce es corto y mezquinamente tasado.
Y hasta ese placer que por fin se consigue no es más que aparente, otro le sucede; y si el primero es una ilusión desvanecida, el segundo es una ilusión que aún dura. Nada en el mundo es capaz de aquietar la voluntad, ni de fijarla de un modo duradero, lo más que del destino puede obtenerse aseméjase siempre a la limosna que se arroja a los pies del mendigo, y que si sostiene hoy su vida solo es para prolongar mañana su tormento. Así, en tanto que estamos bajo el dominio de los deseos, y bajo el imperio de la voluntad, en tanto que nos abandonamos a las esperanzas que nos apremian, a los temores que nos persiguen, no hay para nosotros descanso ni dicha duraderos. En el fondo, lo mismo da que nos empeñemos en alguna persecución o que huyamos ante alguna amenaza, que nos agiten la espera o el temor las cavilaciones que nos causan las exigencias de la voluntad bajo sus formas, no cesan de turbar y atormentar nuestra existencia…
Pero cuando una circunstancia externa o nuestra armonía interior nos eleva por un momento por encima del torrente infinito del deseo, libertan a nuestro espíritu de la opresión de la voluntad, apartan, nuestra atención de todo lo que la solicita, y se nos aparecen las cosas desligadas de todos los prestigios de la esperanza, de todo interés propio, como objetos de contemplación desinteresada y no de concupiscencia. Entonces es cuando ese reposo vanamente buscado por todos los caminos abiertos al deseo, pero que siempre ha huido de nosotros, se presenta en cierto modo por sí mismo y nos da la sensación de la paz en toda su plenitud. Ese es el estado libre de dolores que celebra Epicuro como el mayor de los bienes todos, como la felicidad de los dioses; porque entonces nos vemos por un instante manumitidos de la abrumadora opresión de la voluntad, celebramos la fiesta…
¿Qué importa entonces ver la puesta del sol desde el balcón de un palacio, o través de las rejas de una cárcel?
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