sábado, 26 de abril de 2014

Los derechos de autor en el centro del mundo. Sergio Branco

La industria cultural fue construida sobre la base de un pilar muy inestable, aunque esta inestabilidad fue, durante décadas, invisible: la idea de la escasez. A lo largo del siglo XX, una época en la que florecieron las grandes editoriales, discográficas y las productoras, no se vendían textos, música o películas. Lo que se vendía era copias de libros, discos de vinilo y discos compactos, cintas de vídeo y DVD. Puede parecer que no hay diferencia en la práctica, pero la diferencia es esencial.

Cuando la estructura económica de un negocio depende de su soporte físico, quién controla la producción de dicho soporte controla el acceso a la obra –y puede cobrar por ello. Si un editor publica mil copias de un título determinado, la milésimo-primer persona en tratar de comprarlo no lo encontrará disponible y tendrá que esperar hasta que el editor (que tiene la producción exclusiva de nuevas copias) decida volver a imprimir dicha obra.

La revolución digital de la década de 1990 liberó a la cultura de su soporte físico. Texto, música, fotografías y películas empezaron a circular libremente en Internet, en pen-drives, teléfonos móviles y otros soportes digitales / tecnológicos. Este cambio obligó a la industria cultural a repensar sus modelos de negocios –nada que no hubiese ocurrido alguna otra vez, por ejemplo, cuando la prensa se inventó en el siglo XV.

A pesar de las profecías apocalípticas de que Internet generaría el final de la producción cultural en el mundo, lo que se ve, unos veinte años después de su creación, es exactamente lo contrario: una profusión sin precedentes de las obras que se crean por todas las clases sociales en todos los formatos, géneros y medios, a menudo con libre acceso, sin imponer límites o número de copias.

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