A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se
une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos
llaman «rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas
complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con
la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se suma el problema de
que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan
al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es
algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del
mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad.
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