domingo, 28 de septiembre de 2014

El descanso del guerrero. José Ricardo Lucks

De tanto en tanto me siento como un soldado, que luego de cien batallas individuales y sabiendo que pronto llegará una nueva carga, apoya una rodilla en el campo -por temor a apoyar más que eso y no ser capaz de volver a levantarse-, recuesta el peso de su cuerpo en la espada clavada en la tierra, y abre sus sentidos para saberse humano.

Abre su piel, para sentir rodar por la cara y el cuello gotas de transpiración que lo acarician. Se concentra en su olfato, para sentir el olor a pasto mojado. Aguza sus oídos, para sentir sus propios gemidos y su respiración entrecortada por el cansancio, a la que ahora, en este breve descanso, la oye como una rítmica música que lo envuelve.

Se deja invadir por el dulce aguijoneo de sus heridas abiertas, por la hermosa sensación que sus músculos doloridos producen al relajarse. Siente, se siente nuevamente a sí mismo. Siente cada minúscula fibra de su cuerpo, cada brisa que lo roza, cada aroma que lo alcanza.

Siente... siente con sus ojos cerrados... ya vio demasiado. Guarda sus ojos para volver a ver cosas más agradables: sus seres queridos, sus amigos, su hogar, la comida haciéndose al fuego.

Siente... sueña... No sabe si su sueño se hará realidad. Pero su sentir y su soñar lo hacen volver a pararse para seguir adelante.

Siente... sueña... construye castillos para los suyos. Por ahora castillos en el aire... Lucha... avanza con la fuerza de esa ilusión... ya llegará el tiempo de ponerle cimientos.

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