martes, 3 de marzo de 2015

Nuestra mejor arma, el pensamiento. Ernesto Weissmann

La gran mayoría de la gente no se detiene a pensar en cómo piensa. Quizás sea porque resulta un acto invisible que hacemos en automático y generalmente de manera inconsciente, pero pensar parece ser cómo respirar; todos respiramos todo el tiempo y sólo algunas personas que ponen especial foco en hacerlo consciente logran mirar cómo respiran para luego aprender sobre ello y hasta tratar de mejorarlo.

Mucha gente (tal vez más de la que nos gustaría) piensa gran parte de las veces por reflejo y todos, en alguna oportunidad, pensamos de modo automático.

El pensador por reflejo no está dispuesto a tomarse el trabajo de realizar ciertas acciones cómo recolectar y ponderar evidencia, razonar correctamente, etc. Es mucho más fácil conseguir una generalización que nos resulte útil. Este tipo de pensador tiene pensamientos reflejos piensan más que nada con modelos y patrones arcaicos preestablecidos sin darse el tiempo de procesar la información.

Imaginemos esta situación adaptada del prólogo que Isaac Asimov hace de Clear Thinking (Hy Ruchlis). Existe una persona que intenta interesarnos en un acuerdo comercial. No lo conocemos y no sabemos si es confiable. Para saberlo, la mejor forma de averiguarlo sería consultar con personas que ya lo conozcan y hayan lidiado con el; obtener referencias bancarias, y otra información de negocios, consultar con un abogado sobre la mejor forma de defender nuestros intereses, etc... De toda la evidencia obtenida, es posible razonar el curso de acción más inteligente y seguro.

Pero ¿por qué tornarse todo ese trabajo, cuando todo lo que tenemos que hacer es darnos cuenta de que sus ojos están demasiado cerrados y esta es una señal infalible de que un hombre no es confiable? ¿Esto es mucho más fácil, no?

En las organizaciones, el pensador por reflejo no agrega todo el valor que podría. Se conforma con lo que tiene. Parafraseando a José Ingenieros en "El hombre mediocre", el pensador por reflejo "no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra; pero, en cambio, custodia celosamente el armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos, defendiendo ese capital común contra la asechanza de los inadaptables".

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