Hace algunos siglos Europa se debatía en un estado de enorme escasez... Pestes y hambrunas asolaban las poblaciones. Fue por esos tiempos cuando en sociedades del occidente europeo, algunas personas comenzaron a abordar desafíos en búsqueda de actitudes, estrategias y acciones que mejoraran y desarrollaran la capacidad de producción de bienes materiales. En esa etapa histórica... las prácticas de la vida hicieron eje en el “ser productivo”, instalando la utilidad como sentido de la vida y de la manera de ver la realidad. Poco a poco, el espíritu que alimentaba esa intención... se fue instalando en esas sociedades. Las prácticas de vida que se establecieron en los siglos venideros impactaron en un fuerte crecimiento de las fuerzas productivas y también generaron una manera de ser de lo humano (la subjetividad) que resultaba necesaria al proceso tal cual... iba ocurriendo.
Para avanzar se necesitó potenciar en las personas... la capacidad de dominio sobre la Naturaleza, a la que había que controlar para transformarla en algo útil. También fue necesario “sujetar” a los individuos para incluirlos en la organización del trabajo. Esto perfiló el otro eje organizador de las maneras de ser y hacer: el dominio. Utilidad y dominio se convirtieron así en el sentido organizador de la concepción de la realidad y de la vida...
Organizada la vida desde esa perspectiva, el éxito comenzó a verse como la mayor utilidad conseguida y como el logro de dominio sobre cosas y personas. Así ser se identificó con tener. Riqueza y poder se convirtieron en los laureles más preciados y hasta hace muy poco tiempo señalaban sin dudas el sentido de la vida. Hoy han cambiado las condiciones históricas y es necesario re-pensar el sentido que organiza nuestra existencia.
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