Querido Arthur:
Conozco tu temperamento ... eres irritante e insoportable, y la vida contigo me parece muy difícil. Todas tus cualidades empalidecen frente a tu extraordinaria inteligencia, y son así inútiles para el mundo... hallas faltas en todo menos en tí mismo... y por eso amargas a cuantos te rodean; nadie quiere mejorar ni esclarecerse por la fuerza, menos aún cuando la ejerce un individuo tan insignificante como tú eres todavía.
Nadie puede tolerar las críticas de alguien que muestra tantas debilidades, especialmente esa actitud peyorativa que, con tono de oráculo, proclama que las cosas son de determinada manera, sin sospechar siquiera la posibilidad de equivocarse. Si fueras algo menos exagerado, sólo serías ridículo pero, siendo como eres, te vuelves muy fastidioso...
[...]
Tus eternas críticas, tus lamentos sobre la estupidez del mundo y la misera humana me traen insomnio y pesadillas. Todos los disgustos que he tenido te los debo a ti.
(Versiones incluidas en la novela de fragmentos de supuestas cartas de Johanna Schopenhauer a su hijo Arthur).
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