En lo humano -"animal enfermo", lo calificó Hegel con precisión-, la animalidad -léase naturaleza- está "enferma"; es decir, no funciona automáticamente, sino que, más bien, está combatida, reprimida, desviada de sus automatismos innatos.
Hay que comer, dictamina la naturaleza. La historia personal del asceta o del dietista ordena, al contrario, ayunar, dejar de comer.
La naturaleza otroga poderes.
La historia los canaliza en estructuras de sentido, en un qué, y por qué, y para qué.
Estamos ante la Ley porque estamos ante el qué, y el porqué, y el para qué compartimos con los demás.
Algo que no es yo, que está por encima de mí, o por delante de mí, y hacia donde debo ir. Si conociera ese objetivo sabría adónde ir, cómo ir, qué hacer, cómo hacer. Estamos ante una necesidad de legislar el significado de esta vida no elegida y que consiste toda ella en sucesivas elecciones.
Lo no elegido -el nacimiento- es azar. Idénticamente será la muerte.
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